9.3.06

La intromisión que no pára
JAVIER MARÍAS
EL PAIS SEMANAL - 08-01-2006

Parece que en los actuales tiempos no existe Gobierno, casi ni Estado, sin tendencias totalitarias. Da lo mismo que sea de derechas, centro o izquierdas, que tenga mayoría absoluta o pelada, que sea americano, europeo, africano o asiático, que haya alcanzado el poder en las urnas o mediante un golpe. La idea antigua de que sólo las dictaduras eran totalitarias resulta ingenua, porque el totalitarismo consiste, sobre todo, en la intromisión de los Gobiernos en todas las esferas de la sociedad, en el afán de regularlo, controlarlo e intervenir en todo, de condicionar la vida de los ciudadanos e influir en ella, en no dejarles apenas márgenes de libertad y decirles cómo han de comportarse y organizarse, no sólo en lo público y común, sino asimismo en lo personal y privado. Y de la misma manera que se va perdiendo la creencia de que las diferencias entre particulares puedan dirimirse sin recurrir a un juez, y así los países se llenan de denuncias y pleitos, también se está perdiendo una noción importantísima para las sociedades libres, a saber: que no todo tiene que estar regulado y supervisado por instancias superiores; que el Estado no tiene derecho a opinar de todo y menos aún a dictar normas para cualquier actividad, iniciativa o costumbre. Y al perderse esa noción se le cede todo el campo al Gobierno de turno (lo que todo Gobierno desea), con la consiguiente renuncia de los individuos a sus criterios, su participación y su autonomía. Un suicidio.

En estas fechas ha entrado en vigor la –esta sí– dictatorial ley antitabaco, con la Ministra Salgado permitiéndose tratar a los ciudadanos como a menores de edad, al decir a los fumadores, entre otras cosas abusivas, que acabarán agradeciéndole que les prohíba fumar en tantos sitios. Con declaraciones así, esa señora se está metiendo simplemente donde no la llaman. A continuación, el Parlamento de Cataluña crea un Consejo Audiovisual político (lo es, si lo elige la propia Cámara catalana), con atribuciones para sancionar y multar a emisoras de televisión y radio, y aun para cerrarlas temporalmente y conceder o negar nuevas licencias. Y acto seguido se anuncia que también el Gobierno central tendrá su nefasto equivalente, un Consejo Estatal de los Medios Audiovisuales, que considerará "faltas muy graves" cosas tan imprecisas y vagas –es decir, tan aplicables a todo, según los intereses– como la "vulneración del pluralismo" o, aún más ridículo si cabe, la de "los principios de objetividad y veracidad" de las informaciones. Como si toda información pudiera o debiera ser objetiva y la veracidad no fuera por fuerza, casi siempre, debatible y subjetiva. Por mencionar un solo ejemplo reciente, yo no creo que deba darse "objetivamente" la noticia de que tres señoritingos barceloneses han quemado viva a una indigente por capricho, sino que han de hacerse bien explícitos el desprecio y la condena de una acción tan repugnante. He leído ya más de un artículo en contra de estos Consejos, a los que se calificaba de "peligrosos". Para mi gusto, se quedaban cortos: no es que sean peligrosos por lo que puedan hacer en el futuro y cómo puedan ser manejados. Es que son, en sí y por principio, directamente intolerables.

Pero la tendencia totalitaria no se detiene aquí, porque no se detiene nunca por sí sola, y ahora veo atónito que, con pretextos varios, el Gobierno y el Congreso (como en lo del fumar, con el insólito acuerdo de todos los partidos) pretenden modificar los horarios de la población española, esto es, sus hábitos y su utilización del tiempo. He visto en la pantalla a un tal Ignacio Buqueras, Presidente de la Comisión Nacional de Horarios, hecho un energúmeno y permitiéndose regañarnos por las horas en que almorzamos, cenamos, vemos la televisión o nos acostamos. Pero, ¿esto qué es?, me pregunté al contemplar al impertinente, y luego he tenido la inquietante sensación de ser de los pocos que se lo han preguntado, tan lamentablemente extendida está ya esa creencia de que los gobernantes pueden entrometerse en todo. Ese señor Buqueras es, además, un auténtico simple, por decirlo suave: al defender su propuesta de adelantar los horarios españoles de todo, ha declarado que "Así tendríamos mejor calidad de vida y los ciudadanos dejarían de estar tensos y angustiados". No me diga. Según Buqueras, los españoles sólo están tensos y angustiados por hacer una larga pausa para el almuerzo e irse tarde a la cama. Y el Gobierno permite que semejante razonador lo represente en algo, tenga un cargo y cobre del erario. ¿No hay más motivos de tensión y angustia? ¿Y cómo sabe Buqueras si la gente no estaría aún peor con sus horarios? El atrevimiento y la simplonería de los llamados "expertos" –en casi cualquier asunto– resultan deprimentes y a menudo insultantes. Si el Gobierno no quiere ser totalitario, haría bien en no meterse donde no lo llaman, en no opinar más de lo justo, en no entrometerse en nuestras vidas y costumbres, en administrar lo que le prestamos y en dejarnos en paz con sus vigilancias, imposiciones y manipulaciones. No se olvide que durante cuarenta años, no muy lejanos, ya fuimos tratados por los poderes como menores de edad y como vasallos. Ya basta.

5.3.06

Les professionnels de la psyché redoutent l'émergence d'« une psychothérapie d'Etat»

Le projet de dépistage précoce des troubles du comportement suscite un tollé

EN MOINS d'un mois, le texte a déjà été signé par plus de 12 000 personnes, pour la plupart professionnels de la pédopsychiatrie et de la petite enfance. Intitulée « Pas de zéro de conduite pour les enfants de 3 ans », la pétition, qui circule sur Internet, s'insurge contre l'idée d'un dépistage des troubles du comportement chez les enfants en bas âge, préconisé par un rapport de l'Inserm ( Le Monde du 23 septembre 2005).

Lancée par une dizaine de praticiens, dont Pierre Delion, pédopsychiatre au CHU de Lille, Bernard Golse, pédopsychiatre à l'hôpital Necker, à Paris, Boris Cyrulnik, neuropsychiatre, Christine Bellas-Cabane, présidente du Syndicat national des médecins de protection maternelle et infantile (PMI), Sylviane Giampino, présidente de l'Association nationale des psychologues, et François Bourdillon, président de la Société française de santé publique, la pétition a dépassé le cercle médical et circule désormais chez les enseignants et les parents.

Très controversée dans le milieu psy, l'expertise de l'Inserm préconisait « le repérage des perturbations du comportement dès la crèche et l'école maternelle » pour éviter la survenue de comportements délinquants à l'adolescence. « Faudra-t-il aller dénicher à la crèche les voleurs de cubes ou les babilleurs mythomanes ? », s'insurgent les pétitionnaires, qui récusent la « stigmatisation comme pathologique de toute manifestation vive d'opposition inhérente au développement psychique de l'enfant ». « Plutôt que de tenter le dressage ou le rabotage des comportements, il convient de reconnaître la souffrance psychique de certains enfants à travers leur subjectivité naissante et de leur permettre de bénéficier d'une palette thérapeutique la plus variée », affirme le texte.

L'expertise de l'Inserm suscite d'autant plus d'inquiétudes que ses orientations ont été reprises dans un rapport rédigé par le député Jacques-Alain Bénisti (UMP) et remis au ministre de l'intérieur, Nicolas Sarkozy, puis dans l'avant-projet de loi sur la prévention de la délinquance.

Actuellement en discussion à Matignon, ce texte souligne ainsi « l'importance de la détection précoce des troubles du comportement » pour éviter plus tard les « comportements autodestructeurs ou agressifs pouvant conduire [les enfants] à la délinquance ».

1.3.06

VERGÍLIO FERREIRA. Melo/Gouveia, 1916 - Lisboa, 1996

A neve - que virá a ser um dos elementos fundamentais do seu imaginário romanesco - é o pano de fundo da infância e adolescência passadas na zona da Serra da Estrela. Aos dez anos entra no seminário do Fundão, onde esteve seis anos - Manhã Submersa será a catarse dessa estada. Licenciou-se em Filologia Clássica em Coimbra (1940). Na sua vida de professor liceal há dois momentos fundamentais: a sua estada em Évora (1945-1958) - que entrará para o nosso imaginário através de Aparição - e a sua vinda para Lisboa (1959), onde ensinou no Liceu Camões até à sua reforma. A primeira fase do seu percurso romanesco, agora retirada da edição da Obra Completa, enquadra-se no neo-realismo então vigente. Ainda assim, Vagão J (1946) opera já uma pequena "revolução" formal. Mas foi uma revolução sem consequências: o movimento neo-realista passou-lhe ao lado, e o autor, perante a incompreensão da crítica, recuou e só viria a reincidir muito mais tarde. Com Mudança (1949) começa V. F. a conquistar a sua voz própria. Aliás, em maior rigor, dever-se-ia dizer que é a voz própria que começa a conquistar o seu autor. De facto, Mudança estava arquitectado para ser um romance neo-realista exemplar - e em muitos aspectos é-o; mas é também outra coisa, que posteriormente se veio a interpretar como sendo a deslocação do neo-realismo para o existencialismo. Tal deslocação ter-se-lhe-á imposto inconscientemente no processo de escrita, sobretudo no tratamento do tempo e da figura da infância. Na velocidade do tempo que estrutura o romance - e que decorre do modo de representação neo-realista: materialismo histórico e materialismo dialéctico -, a figura da infância, enquanto queda para o passado - e queda tanto mais desamparada quanto esse passado não é apenas uma memória mas sobretudo o sem-fundo que fecha e vela o próprio sentido do nosso trânsito pelo tempo -, a figura da infância introduz a desaceleração que toda a hipótese de um sentido arqueológico introduz. Não significa isso que essa atenção ao mais original solucione os problemas de sentido - ela desloca apenas as coordenadas da procura. Mas com esse movimento transforma-se também o modo de representação. É já de uma forma deliberada que V. F. se distancia do neo-realismo nos romances escritos antes de Aparição (1959) mas só publicados depois deste. Em Apelo da Noite (1963) reivindica-se, face ao homem de acção, o "crime de pensar"; em Cântico Final (1960) é a arte, como encontro de um "mundo original", de um sagrado ou absoluto agnóstico, que se furta a qualquer compromisso ideológico. Mas é Aparição - que juntamente com A Sibila (1953) de Agustina Bessa-Luís funda o romance português contemporâneo - que imporá o seu universo romanesco, seja naquilo a que se chamou, não sem verdade mas com alguma pressa reducionista, o seu existencialismo, seja no seu estilo ensaístico ou filosofante. Tentando descrever a experiência, no limite inenarrável, do aparecimento do eu a si próprio, e circunscrevendo-a dentro de uma problemática decididamente metafísica e existencial, Aparição é o limiar de uma agónica, mas sempre deslumbrada interrogação sobre a condição humana. Estrela Polar (1962) e sobretudo Alegria Breve (1965), onde o pathos da sua escrita atinge o ponto de máxima exacerbação mas também de máxima perfeição, além de aprofundarem e completarem a temática de Aparição, introduzem um experimentalismo que terá larga descendência na nossa ficção. A partir de Nítido Nulo (1972) o tom da sua obra começa a ser matizado pela ironia. É uma ironia que vem daquilo que o desgaste ensina. E o que ele ensina é que toda a verdade se esvazia, toda a evidência se torna opaca, todas as ideias pesam para o lado da morte. O pathos até aí predominante era o tom de quem falava do interior de uma evidência estética, de uma Stimmung umbilical. Nunca em V. F. uma árvore provoca náusea ou uma praia com sol induz um crime absurdo. Se há náusea (mas praticamente não a há) ou absurdo (este sim, mais visível), eles não começam logo na facticidade do mundo mas somente na condição humana em si mesma. O mundo apenas é, experienciá-lo esteticamente é já um limiar de sentido. Daí que os narradores vergilianos se sintam tentados a configurá-lo como uma verdade, existencial e não-sistemática, é certo, mas suficientemente segura para se afirmar contra todas as ideologias. Ora, o que acontece no "niilismo activo" de Nítido Nulo, no seu "morrer tudo", é que o tudo envolve também esta hipótese de verdade que os narradores anteriores utilizavam como escudo no combate cultural. O deslizar insensível da aisthesis para o logos é agora difícil, e sê-lo-á cada vez mais. Por isso os romances se começam a distribuir por dois espaços-tempo: um passado onde decorre o diferendo ideológico-cultural, diferendo não só incomensurável como, em última instância (revelada por aquilo que o desgaste ensina), inútil; e um presente de pura afirmação de ser. O primeiro pólo perderá progressivamente a sua capacidade de engendramento narrativo, o combate que nele se desenrola é apenas o ruído do mundo, não uma alínea de qualquer história teleologicamente configurada - daí a paralisia da história em Signo Sinal (1979). O segundo pólo, impossibilitado agora de funcionar como "fundamento mítico" de uma macro-narrativa, apresenta-se como uma espécie de justaposição de haikus, de nós de revelação que não constroem o "sentido de um final" mas uma litania de apaziguamento, uma pietas para com aquilo que mais primordialmente somos - um sujeito-casa atravessado por tudo o que vem de todos os pontos cardeais, e todavia lateral a essas múltiplas orientações, sempre não-sabendo, como em Para Sempre (1983) ou nas séries de Conta-Corrente (1980 a 1992). É este não-saber que obriga V. F. ao continuar da escrita e faz com que os narradores vergilianos envelheçam como o seu autor. Envelhecer, por exemplo, é passar de filho a pai. De Até ao Fim (1987) a Cartas a Sandra (1996), o narrador, entre outras coisas, é um pai a quem o filho morre. O que morre na morte do filho é aquela força que não suporta a suspensão da história e se auto-destrói na procura da resposta que não há. Poder-se-ia mesmo dizer que a morte do filho é a prova por absurdo de que a lateralidade axiológica em que se coloca o pai não é simplesmente a desistência do cansaço mas a sabedoria da suplementaridade, seja a do puro possível da verdade branca do mar que move Até ao Fim, seja a da ironia dos contrafactuais ontológicos que se experimenta em Na Tua Face (1993). Envelhecer é também passar da despesa do tempo à sua reinvenção no absoluto da memória. Mas esta lição (ou condição) proustiana tem em V. F. as condicionantes contemporâneas de uma sociedade tardo-capitalista, aquela em que a redescrição metafórica do que foi não pode já competir com os meios tecnológicos da representação (cinema, tv, vídeo, etc.), e por isso constrói a afectividade do acontecimento puro: "Não bem o seu corpo esbelto como um voo de ave, mas só esse voo. Não bem a sua juventude eterna mas a eternidade. Não o gracioso dela mas a graça." (Em Nome da Terra, 1990). Claro que há ainda romance, e até na sua dimensão mais consensual e acidentalmente romanesca, que é a da história de amor. Mas se, na sequência da tradição, também aqui o amor é aquilo que só se sabe depois, diferentemente dela, este depois não é a origem reencontrada mas um frágil presente que se sustenta apenas da escrita do nome amado, como em Cartas a Sandra. Neste presente, que é a perda serena de todas as estórias, desenha-se com nitidez a dificuldade contemporânea do fazer sentido. É dessa crise (de cultura e de civilização), das suas várias alíneas polemizantes (marxismo, estruturalismo, filosofia da linguagem), mas também daquilo que cria a esperança de um depois dela (a arte, os autores que se amam, a insistência do pensamento), que falam os inúmeros ensaios que V. F. também escreveu, com muito particular acerto Carta ao Futuro (1958), Invocação ao Meu Corpo (1969) e Pensar (1992).

in Dicionário Cronológico de Autores Portugueses, Vol. IV, Lisboa, 1997